viernes, 30 de agosto de 2024

Finales y comienzos (31-08-2024)

Hoy, finalmente, tiré la espada ante mi mayor enemigo.

Un monstro gigante, de siete cabezas y un tronco podrido.

Bajé los brazos y caí de rodillas 

en un césped acuarela que parece girar a contrarreloj.

No me pude desencallar aún del lodo de las oraciones,

de los poemas inconclusos que se enroscan en mi cuello,

ni de esas canciones que resuenan en mi cabeza

 como piedras en un frasco de vidrio a punto de quebrarse.

 

Estoy llena de grietas.

Las heridas, finalmente, quedaron expuestas

al destaparse una última fallida esperanza 

cobijada en una promesa de sábado

para una charla que jamás ocurrió,

hasta desvanecerse por completo hoy.

 

Me volví ermitaña durante casi dos meses.

Aprendí sobre la paciencia y la introspección.

Esas reinas que no eran inalcanzables como pensaba.

 

Admito que le tuve tanto miedo a la oscuridad, 

al silencio y a la desolación.

En noches en las que mi mente en desespero

repasaba, al ritmo de un marcapasos,

el ciclo de una gardenia.

Desde su amanecer,

su suave aroma que permaneció durante seis inviernos

hasta volverse rancia.

 

Parece que no he muerto aún.

Sigo respirando,

mi pulso no desfallece a pesar de la limerencia.

 

Hay rostros que me sonríen como si nada pasara,

intentando convencerme de que así es, 

de que sigo viva y que debo dar gracias.

 

A decir verdad, no es que algo haya cambiado, en realidad. 

Las madrugadas siguen llenas de insomnio, 

me abrazo a paredes frías

en las que resuena el eco de plegarias absurdas. 

 

Y las mañanas son exactamente iguales entre sí;

un mate, una noticia trágica, una manzana, un café

y un calendario que ya no está marcado en el día uno.
Excepto por "eso" que ya no está.

 

Me pregunto si en algún momento existió todo aquello en lo que creía.

Suelo flotar de vez en cuando en un trance de irrealidad. 

He intentado conectar con mis raíces, 

con mis pequeños sueños, 

con ese Dios que me salvó tantas veces de caer al vacío. 

Pero es un señor muy ocupado,

 seguramente por eso aún no me responde.

 

Hasta hoy me abstuve de escribir un poema concluyente,

a la espera de no sé qué, de algo.

Pero ya llegó su tiempo.

Me dicen que los finales realmente son comienzos. 

Yo quiero creer que sí. 

Antes pensaba que los finales eran felices. 

Qué zoncera.

 

Mientras tanto, voy reverdeciendo

entre letras de trovas sepulcrales, 

como si su candidez recorriera mis venas, 

en medio de la escarcha que recrudeció el jardín

hasta hacerme valorar las hojitas nuevas de septiembre.

 

Y es que el despertar de un coma inducido me inmoviliza todavía,

pero camino sostenida con fuerza,

en huesos rotos que se están volviendo de platino, 

tal como siempre me lo exigían.

 

En algún momento decidí emprender mi propio viaje astral 

sin el cordón de plata.

 

En esta reminiscencia de mi mundo interior, 

ese pequeño paisaje colorido 

que había cubierto de cemento y cal 

para encajar en un cementerio,

 con timidez se asoma nuevamente.

 

La melancolía se volvió ese huésped inesperado

que vino a vacacionar

y finge demencia para no irse,

y a mí me apena echarla a la calle.

 

Y en este pozo sin fondo, 

estoy abrazando con fuerza un dolor 

que me permitió soltar un sufrimiento agonizante en el que desaparecía.

 

Después de todo, no era tan débil. 

Parece que sí había algo valioso dentro de mí,
una sinrazón que pude rescatar.

Y esta fuerza interior, 

esta pequeña chispa 

que ponía resistencia a tantas incongruencias y desprecios, 

a la devaluación, a la manipulación,

a la indignidad a punto de normalizarse;

esa intuición que debía ser "tratada" para evitar incomodar a otros,

hoy se volvió mi fuerza y me puso a salvo.

 

Eddy Raquel Ortiz

 


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Hay destellos en mis noches. En medio de mis elucubraciones. Como si un atisbo de consuelo apareciera en medio de tantos pensamientos intrus...