jueves, 20 de febrero de 2025

Ponderaciones sobre la ternura II




Sigo pensando acerca de la ternura... Y todavía no logro explicar esa sensación de tibieza que emana de quien la expresa y de quien la experimenta.

Debe tener origen en el amor, de esos que son genuinos, que brotan del pecho, como esos capullos en los espacios más impensados, o como aquellos girasoles que persiguen al sol.

La ternura no tiene aroma, pero supongo que si lo tuviera, sería como la vainilla de un postre hecho en un brasero. Tal vez en una pequeña casita de campo, llena de árboles frutales y pajaritos cantores.

Pero de algo estoy segura: La ternura se nutre de más ternura, porque si no, se ahoga, se vuelve retraída. Sin embargo, ante el más mínimo gesto de aprecio, reaparece intempestiva para invadir todo a su alrededor.

La ternura es ternura incluso en medio de la tormenta, porque su naturaleza no es de las que se "adapta" para sobrevivir, porque es como si tuviera vida propia. Y no anda pintándose las mejillas de carmín. No, no. Porque es sonrosada toda ella, en cualquier clima.

La ternura es la expresión más sincera y pura del amor. Y es inconfundible. Y es inalienable. Y es inimitable por quién no la siente de verdad. 

La ternura no tiene cabida en aquellos corazones ensombrecidos por la avaricia, por la desvergüenza, por la consciencia del mal que hacen. Pero estoy segura de que puede curar corazones rotos, afligidos, temerosos. 

La ternura es, en toda su extensión y profundidad, la característica del sentimiento más dulce, almibarado, aterciopelado e inmenso, sumergido en la sencillez.

La he visto en muchos rostros. En la mirada de los niños. En las lágrimas de emoción de las madres. En las historias de los abuelos que se vuelven cuentacuentos para adaptar sus tragedias al entendimiento de sus nietos y dejarles una enseñanza.

He visto a la ternura hacerse persona en la congoja de mi amigo al perder a su amado perrito, sostenido en el consuelo de su fe de un reencuentro celestial. 

En la suave voz de mi madre, que me consuela todos los días y cuya esencia no conoce de odio.

La ternura es ajena a la estética. No discrimina.

La ternura no se altera ante la adversidad. Y aunque es de este mundo, debe tener origen en la Divinidad.

Estoy segura de que es la cobija de un Dios que se vale de los abrazos para hacernos sentir su presencia.

Y está hermanada a la esperanza, a la sinceridad, a la amistad desinteresada. Es cazadora de miedos y de prejuicios.

Y es imperecedera en la memoria de quien la ha visto y la ha sentido alguna vez en su vida.

Creo firmemente que en este mundo lleno de caos y egoísmo, la ternura nos salva de volvernos despiadados. 

Eddy Raquel Ortiz Chaparro

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