miércoles, 28 de febrero de 2018

LA MADRUGADA SE QUIERE CONFESAR




















En sus inoportunas horas,
asoma a  mi ventana y busca compañía,
solitaria y agradable como es.
La invito a pasar,  y
nos sentamos juntas
al borde del insomnio,
como dos amigas y confidentes
que comparten una taza de tiempo.

La madrugada conversa conmigo,
pone cara de pícara, al principio,
su brisa me quiere contar algo.
Se vuelve tímida, sonrosada,
eufórica por aquello que guarda,
como una vecina que tiene
una gran novedad.

Susurra, un poco sonriente,
algunas observaciones
sobre su convenio con la ansiedad.
Se lamenta, angustiada,
algo harta, tal vez,
de escuchar plegarias,
llantos y promesas
que escapan de sus manos
y se diluyen en el día,
cuando ella no está.

Entre los nubarrones de mis bostezos,
sacudo mis pestañas e intento
prestarle la debida atención.

Da vueltas en trivialidades:
Como el búho que la ignora,
y las ranas que le croan en el oído
hasta la desesperación,
Porque no la dejan bañarse de luna,
ni vestirse de constelaciones
como ella quiere, en paz.

De pronto, sin notarlo,
su expresión se vuelve sombría,
severa, asfixiante.
Es un manojo de miedos,
feroz y agobiante donde se refleje.
Aparta su mirada y se entrecorta su voz,
sabe que busco respuestas del amanecer,
y le frustra no poder darlas.

Decepcionada,
me reprende
por cargar en sus hombros
todas las decisiones que bebo a sorbos,
por escudarme en su narcotizante efecto,
y cobijarme en su calma después.
Mi apreciada amiga noctámbula,
sincera y transparente,
libertina y recatada,
me recuerda que ella es madrugada,
y que, aunque tenga visiones,
el sol que está por asomarse
le ciega el porvenir que jamás me revelará.

Ya son las cinco, le digo;
Entonces la despido,  somnolienta,
hasta que la pesadumbre
de alguna congoja
nos vuelva cobijar con su fría presencia.


Eddy Raquel Ortiz Chaparro.

jueves, 1 de febrero de 2018

COMPOSICIÓN DE UN POEMA


Hay un hálito de luz 
que se pierde entre matorrales frondosos, 
tejidos en bastidores de irrealidad.

Se deshilachan los puntos tejidos,

anémicos de amor, 
en una pandemia de decepciones 
que no les deja inspirar.
La pequeña luz gatea
veloz , sobre las nubes.
Surca el cielo en su tabla de surf,
 se abre paso en la mar.

Luz naranja, 

luz luminosa.
Sabionda, curiosa.
Pequeño venado
atorado en la copa de vino
de un árbol añejo.

Luz culpable de ser,

culpable de sentir,
de caer.

Huye

del estigma de su brillo,
se aprisiona
en aletas de peces globo.
Sabe que no quiere salir del claustro,
permanece silenciosa,
ausente, dolorida.

Sabe que la noche la persigue.

La está cazando.
Va de sol a luciérnaga,
de réquiem a chiste,
entre altibajos y bajialtos.

Se arroja por la ventana,

dice que acabará con todo.
Cae en una hamaca de cuatro hilos,
sus huecos la delatan,
se refleja en el charco.

En la corrida

desordena sus ideas
para ordenar su vacío.
Se vuelve tenue,
sumergida en las horas,
cansina, 
titilante,
débil,
insegura en su arrastre.

No sabe que hay que descomponer

para componerse.
Vuelve a la superficie,
inhala una bocanada de valentía.
Se siente ciega en primavera.
No resiste
a la sombra que la intimida.

Y vuelve a nacer,

a reconstruirse de aromas,
de miedos,
de intensidad.

Y vuelve a ser luz,

en el bloc de una oficina.
Como astro en el anonimato
que, a oscuras, se gana la vida.



Eddy Raquel Ortiz Chaparro.

Destellos

Hay destellos en mis noches. En medio de mis elucubraciones. Como si un atisbo de consuelo apareciera en medio de tantos pensamientos intrus...