Hay un hálito de luz
que se pierde entre matorrales frondosos,
tejidos en bastidores de irrealidad.
Se deshilachan los puntos tejidos,
anémicos de amor,
en una pandemia de decepciones
que no les deja inspirar.
La pequeña luz gatea
veloz , sobre las nubes.
Surca el cielo en su tabla de surf,
se abre paso en la mar.
Luz naranja,
luz luminosa.
Sabionda, curiosa.
Pequeño venado
atorado en la copa de vino
de un árbol añejo.
Luz culpable de ser,
culpable de sentir,
de caer.
Huye
del estigma de su brillo,
se aprisiona
en aletas de peces globo.
Sabe que no quiere salir del claustro,
permanece silenciosa,
ausente, dolorida.
Sabe que la noche la persigue.
La está cazando.
Va de sol a luciérnaga,
de réquiem a chiste,
entre altibajos y bajialtos.
Se arroja por la ventana,
dice que acabará con todo.
Cae en una hamaca de cuatro hilos,
sus huecos la delatan,
se refleja en el charco.
En la corrida
desordena sus ideas
para ordenar su vacío.
Se vuelve tenue,
sumergida en las horas,
cansina,
titilante,
débil,
insegura en su arrastre.
No sabe que hay que descomponer
para componerse.
Vuelve a la superficie,
inhala una bocanada de valentía.
Se siente ciega en primavera.
No resiste
a la sombra que la intimida.
Y vuelve a nacer,
a reconstruirse de aromas,
de miedos,
de intensidad.
Y vuelve a ser luz,
en el bloc de una oficina.
Como astro en el anonimato
que, a oscuras, se gana la vida.
que se pierde entre matorrales frondosos,
tejidos en bastidores de irrealidad.
Se deshilachan los puntos tejidos,
anémicos de amor,
en una pandemia de decepciones
que no les deja inspirar.
La pequeña luz gatea
veloz , sobre las nubes.
Surca el cielo en su tabla de surf,
se abre paso en la mar.
Luz naranja,
luz luminosa.
Sabionda, curiosa.
Pequeño venado
atorado en la copa de vino
de un árbol añejo.
Luz culpable de ser,
culpable de sentir,
de caer.
Huye
del estigma de su brillo,
se aprisiona
en aletas de peces globo.
Sabe que no quiere salir del claustro,
permanece silenciosa,
ausente, dolorida.
Sabe que la noche la persigue.
La está cazando.
Va de sol a luciérnaga,
de réquiem a chiste,
entre altibajos y bajialtos.
Se arroja por la ventana,
dice que acabará con todo.
Cae en una hamaca de cuatro hilos,
sus huecos la delatan,
se refleja en el charco.
En la corrida
desordena sus ideas
para ordenar su vacío.
Se vuelve tenue,
sumergida en las horas,
cansina,
titilante,
débil,
insegura en su arrastre.
No sabe que hay que descomponer
para componerse.
Vuelve a la superficie,
inhala una bocanada de valentía.
Se siente ciega en primavera.
No resiste
a la sombra que la intimida.
Y vuelve a nacer,
a reconstruirse de aromas,
de miedos,
de intensidad.
Y vuelve a ser luz,
en el bloc de una oficina.
Como astro en el anonimato
que, a oscuras, se gana la vida.
Eddy Raquel Ortiz Chaparro.
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