A alguien que fue muy especial
Parece que existís entre el cielo y las nubes, etéreo, ligero como el aire, de rostro de algodón y palabras amables. Te miro ahí, con una sonrisa tierna siempre, con la calma que no muestra miedos ante las tormentas, como un refugio tibio donde nada malo podría pasar jamás. Sos el día soleado y me intriga tanto tu noche, esa oscuridad aterciopelada que guardás para alguna ocasión especial, distinta a cualquiera.
Te amo en las mañanas, durante el ritual del desayuno que
preparás con tanto amor, como un obsequio invaluable que se gana en tu amanecer
de voz ronca y ojitos somnolientos.
Te amo en las tardes, cuando el sol se sienta a observarnos escondido,
intimidado por tu timidez y el arco de tus cejas que tienen la forma perfecta, a
cada lado de tu ceño que no fruncís ni en un mal día.
Te amo en la noche, en tu noche, en la oscuridad de tus
pensamientos, en el temblor de tus sentimientos y en tus pesadillas, cuando el
miedo se apodera levemente de tus ojos, pero sacás fuerzas de no sé dónde, y te
secás las lágrimas y seguís valiente como sos todo el tiempo. Incluso en la debilidad
de ser tan humano.
Y amo también tus madrugadas insomnes, donde despierta a
veces esa musa que no te deja dormir, y te dedicás al arte de robar la atención,
tallando cada historia de principio a fin.
Te amo a cualquier hora del día y te extraño en los espacios
en que no estás, porque tu huella quema en cada paso, porque desde que te
conozco no hago más que quererte, que extrañarte, que amarte y desear tenerte cerquita.
Sigue pareciéndome extraordinario encontrarte, escucharte
hablar de tus sueños, observarte en medio de la bondad que irradiás sin darte
cuenta siquiera de todo lo que representás con tu sencillez.
Mi amado, mi pedacito de cielo, mi corazoncito dulce. No me
alcanzan las palabras, no me alcanza el tamaño del alma para expresar todo el
amor que siento por vos.
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