miércoles, 19 de marzo de 2025

Destellos


Hay destellos en mis noches. En medio de mis elucubraciones. Como si un atisbo de consuelo apareciera en medio de tantos pensamientos intrusivos.

Las luces chocan contra la ventana y los cristales estallan y esparcen trozos de luna en el piso blanco de mi habitación. 

No he vuelto la vista para entender el camino recorrido. Aún no me atrevo a mirar las espinas cubiertas de sangre seca que todavía huelen a miedo.

No me he atrevido a mirar atrás. Porque todavía duelen las cicatrices. Y porque mi corazón aloja un fragmento de mi sombría mirada de aquellos tiempos de tormentas y soles confusos.

Estos ojos en realidad no han cambiado. Siguen teniendo el mismo color verduzco de un pantano. O un marrón de tierra lejana.

Son los mismos ojos. Sin embargo, es otra la mirada. Sigo en carrera hacia los sueños que tanto anhelaba. Siguen brotando los recuerdos en una tibieza húmeda que recorre mi rostro. 

Sigo soñando con el pasado. Vivo los sueños como si el tiempo se hubiera detenido mientras dura el REM.

Los despertares calan hondo. Me encogen la vitalidad, me agotan. Pero me levanto. 

No me parezco ni a la cuarta parte de quien era en otro tiempo. Soy otra. Con menos brillo en los ojos y una necesaria claridad mental. Sin embargo, existo en el mismo plano terrenal en el que me transformo.

En días soleados, pienso en la mariposa azul que me visita de vez en cuando en la ventana. ¿Acaso su existencia representa algún efecto?

No sé de dónde viene, tampoco logro descifrar las runas de sus alas, me parece que su presencia está relacionada con las almas. 

Finalmente, la vida está llena de señales, lo he comprobado incluso intentando fingir demencia.

Hoy las madrugadas están llenas de paz, pero los cristales se tiñen de rojo cuando se incrustan en mis pies cada vez que me levanto.

Me sumerjo en libros nuevos, con una incansable sed de aprender algo de la vida. Y sigo caminando. Mientras sigo sangrando. Y sigo recordando. 

Tropiezo y sigo llorando. 

Pero sigo, no me detengo. Todavía temo mirar atrás.

Eddy Ortiz Chaparro

jueves, 20 de febrero de 2025

Ponderaciones sobre la ternura II




Sigo pensando acerca de la ternura... Y todavía no logro explicar esa sensación de tibieza que emana de quien la expresa y de quien la experimenta.

Debe tener origen en el amor, de esos que son genuinos, que brotan del pecho, como esos capullos en los espacios más impensados, o como aquellos girasoles que persiguen al sol.

La ternura no tiene aroma, pero supongo que si lo tuviera, sería como la vainilla de un postre hecho en un brasero. Tal vez en una pequeña casita de campo, llena de árboles frutales y pajaritos cantores.

Pero de algo estoy segura: La ternura se nutre de más ternura, porque si no, se ahoga, se vuelve retraída. Sin embargo, ante el más mínimo gesto de aprecio, reaparece intempestiva para invadir todo a su alrededor.

La ternura es ternura incluso en medio de la tormenta, porque su naturaleza no es de las que se "adapta" para sobrevivir, porque es como si tuviera vida propia. Y no anda pintándose las mejillas de carmín. No, no. Porque es sonrosada toda ella, en cualquier clima.

La ternura es la expresión más sincera y pura del amor. Y es inconfundible. Y es inalienable. Y es inimitable por quién no la siente de verdad. 

La ternura no tiene cabida en aquellos corazones ensombrecidos por la avaricia, por la desvergüenza, por la consciencia del mal que hacen. Pero estoy segura de que puede curar corazones rotos, afligidos, temerosos. 

La ternura es, en toda su extensión y profundidad, la característica del sentimiento más dulce, almibarado, aterciopelado e inmenso, sumergido en la sencillez.

La he visto en muchos rostros. En la mirada de los niños. En las lágrimas de emoción de las madres. En las historias de los abuelos que se vuelven cuentacuentos para adaptar sus tragedias al entendimiento de sus nietos y dejarles una enseñanza.

He visto a la ternura hacerse persona en la congoja de mi amigo al perder a su amado perrito, sostenido en el consuelo de su fe de un reencuentro celestial. 

En la suave voz de mi madre, que me consuela todos los días y cuya esencia no conoce de odio.

La ternura es ajena a la estética. No discrimina.

La ternura no se altera ante la adversidad. Y aunque es de este mundo, debe tener origen en la Divinidad.

Estoy segura de que es la cobija de un Dios que se vale de los abrazos para hacernos sentir su presencia.

Y está hermanada a la esperanza, a la sinceridad, a la amistad desinteresada. Es cazadora de miedos y de prejuicios.

Y es imperecedera en la memoria de quien la ha visto y la ha sentido alguna vez en su vida.

Creo firmemente que en este mundo lleno de caos y egoísmo, la ternura nos salva de volvernos despiadados. 

Eddy Raquel Ortiz Chaparro

Acerca de la ternura I

Bálsamo de almas, pequeño refugio.

Tibieza de pluma, aroma de vainilla y cocido con pan.

Subestimada en fortaleza y curadora de penas.

Es que la ternura es tiernita, es chiquita, es mágica en su andar.

Y es tímida pero no pasa desapercibida. 

¿Qué sería de la tierra sin ella? ¿Qué nos haría diferentes de las bestias? 

Eddy Raquel Ortiz Chaparro.

Ensoñación

Imagen propia


Traigo una luciérnaga en la garganta, que quedó atorada en la sorpresa de un sueño.

Lleva la calidez de su luz hasta un lado izquierdo de mi pecho, que está irascible, pequeño, muerto.

Temo abrir la boca y dejar escapar mi esperanza. 

Temo rememorar y morir de nuevo.

El espejo me habla, me grita, me escupe la verdad. 

Y me vuelvo una sorda consciente.

Eddy Raquel Ortiz Chaparro

viernes, 30 de agosto de 2024

Finales y comienzos (31-08-2024)

Hoy, finalmente, tiré la espada ante mi mayor enemigo.

Un monstro gigante, de siete cabezas y un tronco podrido.

Bajé los brazos y caí de rodillas 

en un césped acuarela que parece girar a contrarreloj.

No me pude desencallar aún del lodo de las oraciones,

de los poemas inconclusos que se enroscan en mi cuello,

ni de esas canciones que resuenan en mi cabeza

 como piedras en un frasco de vidrio a punto de quebrarse.

 

Estoy llena de grietas.

Las heridas, finalmente, quedaron expuestas

al destaparse una última fallida esperanza 

cobijada en una promesa de sábado

para una charla que jamás ocurrió,

hasta desvanecerse por completo hoy.

 

Me volví ermitaña durante casi dos meses.

Aprendí sobre la paciencia y la introspección.

Esas reinas que no eran inalcanzables como pensaba.

 

Admito que le tuve tanto miedo a la oscuridad, 

al silencio y a la desolación.

En noches en las que mi mente en desespero

repasaba, al ritmo de un marcapasos,

el ciclo de una gardenia.

Desde su amanecer,

su suave aroma que permaneció durante seis inviernos

hasta volverse rancia.

 

Parece que no he muerto aún.

Sigo respirando,

mi pulso no desfallece a pesar de la limerencia.

 

Hay rostros que me sonríen como si nada pasara,

intentando convencerme de que así es, 

de que sigo viva y que debo dar gracias.

 

A decir verdad, no es que algo haya cambiado, en realidad. 

Las madrugadas siguen llenas de insomnio, 

me abrazo a paredes frías

en las que resuena el eco de plegarias absurdas. 

 

Y las mañanas son exactamente iguales entre sí;

un mate, una noticia trágica, una manzana, un café

y un calendario que ya no está marcado en el día uno.
Excepto por "eso" que ya no está.

 

Me pregunto si en algún momento existió todo aquello en lo que creía.

Suelo flotar de vez en cuando en un trance de irrealidad. 

He intentado conectar con mis raíces, 

con mis pequeños sueños, 

con ese Dios que me salvó tantas veces de caer al vacío. 

Pero es un señor muy ocupado,

 seguramente por eso aún no me responde.

 

Hasta hoy me abstuve de escribir un poema concluyente,

a la espera de no sé qué, de algo.

Pero ya llegó su tiempo.

Me dicen que los finales realmente son comienzos. 

Yo quiero creer que sí. 

Antes pensaba que los finales eran felices. 

Qué zoncera.

 

Mientras tanto, voy reverdeciendo

entre letras de trovas sepulcrales, 

como si su candidez recorriera mis venas, 

en medio de la escarcha que recrudeció el jardín

hasta hacerme valorar las hojitas nuevas de septiembre.

 

Y es que el despertar de un coma inducido me inmoviliza todavía,

pero camino sostenida con fuerza,

en huesos rotos que se están volviendo de platino, 

tal como siempre me lo exigían.

 

En algún momento decidí emprender mi propio viaje astral 

sin el cordón de plata.

 

En esta reminiscencia de mi mundo interior, 

ese pequeño paisaje colorido 

que había cubierto de cemento y cal 

para encajar en un cementerio,

 con timidez se asoma nuevamente.

 

La melancolía se volvió ese huésped inesperado

que vino a vacacionar

y finge demencia para no irse,

y a mí me apena echarla a la calle.

 

Y en este pozo sin fondo, 

estoy abrazando con fuerza un dolor 

que me permitió soltar un sufrimiento agonizante en el que desaparecía.

 

Después de todo, no era tan débil. 

Parece que sí había algo valioso dentro de mí,
una sinrazón que pude rescatar.

Y esta fuerza interior, 

esta pequeña chispa 

que ponía resistencia a tantas incongruencias y desprecios, 

a la devaluación, a la manipulación,

a la indignidad a punto de normalizarse;

esa intuición que debía ser "tratada" para evitar incomodar a otros,

hoy se volvió mi fuerza y me puso a salvo.

 

Eddy Raquel Ortiz

 


viernes, 23 de octubre de 2020

A MI AGUA DE POZO

A alguien que fue muy especial



Parece que existís entre el cielo y las nubes, etéreo, ligero como el aire, de rostro de algodón y palabras amables. Te miro ahí, con una sonrisa tierna siempre, con la calma que no muestra miedos ante las tormentas, como un refugio tibio donde nada malo podría pasar jamás. Sos el día soleado y me intriga tanto tu noche, esa oscuridad aterciopelada que guardás para alguna ocasión especial, distinta a cualquiera.

Te amo en las mañanas, durante el ritual del desayuno que preparás con tanto amor, como un obsequio invaluable que se gana en tu amanecer de voz ronca y ojitos somnolientos.

Te amo en las tardes, cuando el sol se sienta a observarnos escondido, intimidado por tu timidez y el arco de tus cejas que tienen la forma perfecta, a cada lado de tu ceño que no fruncís ni en un mal día.

Te amo en la noche, en tu noche, en la oscuridad de tus pensamientos, en el temblor de tus sentimientos y en tus pesadillas, cuando el miedo se apodera levemente de tus ojos, pero sacás fuerzas de no sé dónde, y te secás las lágrimas y seguís valiente como sos todo el tiempo. Incluso en la debilidad de ser tan humano.

Y amo también tus madrugadas insomnes, donde despierta a veces esa musa que no te deja dormir, y te dedicás al arte de robar la atención, tallando cada historia de principio a fin.

Te amo a cualquier hora del día y te extraño en los espacios en que no estás, porque tu huella quema en cada paso, porque desde que te conozco no hago más que quererte, que extrañarte, que amarte y desear tenerte cerquita.

Sigue pareciéndome extraordinario encontrarte, escucharte hablar de tus sueños, observarte en medio de la bondad que irradiás sin darte cuenta siquiera de todo lo que representás con tu sencillez.

Mi amado, mi pedacito de cielo, mi corazoncito dulce. No me alcanzan las palabras, no me alcanza el tamaño del alma para expresar todo el amor que siento por vos.

Destellos

Hay destellos en mis noches. En medio de mis elucubraciones. Como si un atisbo de consuelo apareciera en medio de tantos pensamientos intrus...